NO SE FIE DE ANSELMO

Hasta hace poco tiempo nuestras conversaciones telefónicas se ceñían normalmente al ámbito privado, y las de trabajo se llevaban a cabo en los lugares adecuados.

Pero desde la aparición en nuestras vidas de ese pequeño, (y sin duda utilísimo) artilugio conocido como teléfono móvil, las cosas han cambiado de forma radical. Las calles están llenas de personas que hablan, muchas veces a voz en grito, y gesticulan al compás de la conversación que estén sosteniendo; en éstos casos solo llegan a nuestros oídos retazos y frases sueltas. Pero si la llamada tiene lugar en un sitio cerrado y más bien reducido, no puedes evitar entrar de lleno auditivamente en asuntos que te son totalmente ajenos, y que incluso a veces pueden despertar tu indiscreta, aun- que no buscada, curiosidad.

La otra mañana me encontraba yo en un centro público de esos en los que hay que esperar la vez. Éramos un grupo no demasiado numeroso de personas, y solo alguna frase suelta rompía el silencio de la espera.

Pero, de pronto, una alegre y chillona melodía (en cuyas notas pude reconocer “Caballería Rusticana” en una versión manifiestamente mejorable), alertó nuestros tímpanos : Era el móvil de una joven mujer que se sentaba a mi derecha.

Y empezó la conversación . . . . al parecer un tal Anselmo pretendía que se firmaran unas escrituras, a lo que ella ofrecía resistencia verbal por alguna razón que yo, naturalmente, desconocía. A todo esto y llevada de la vehemencia de sus argumentos, más que de la búsqueda de una privacidad imposible en aquel recinto, la mujer se había levantado, paseando arriba y abajo, mientras gesticulaba vivamente.

Puesto que la historia era expuesta en voz bastante alta no había forma de evitar oírla. Me pareció, por el tono de la chica, que tenía alguna relación afectiva con su interlocutor, incluso pude entrever un reproche en sus palabras hacia la actitud del otro.

¿Quién sería el tal Anselmo?, ¿un socio en algún negocio?, ¿un pariente que intentaba aprovecharse en el reparto de alguna herencia?, ¿un enamorado que quería acelerar la compra de un futuro piso en común?.

Mis absurdas elucubraciones se vieron interrumpidas al llegarme la vez en la ventanilla que esperaba. Pero reconozco que tuve que vencer el impulso de decirle a la mujer antes de irme : “Señorita, no se precipite, no firme Vd nada. Yo no me fiaría de Anselmo”.

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