EL REENCUENTRO

Subió las escaleras con lentitud. De forma inconsciente intentaba demorar el momento de llegar a la casa. Sabía que el encuentro con Alicia le iba a resultar difícil en aquellas circunstancias y después de tanto tiempo de alejamiento, sobre todo temía encontrarse casi con una desconocida

Llegó por fin a la puerta donde había llamado tantas veces desde que las dos eran unas niñas, y su mirada tropezó con aquel llamador que siempre le había gustado tanto : una cabeza de león cuyas abiertas fauces sostenían una gran bola. Aunque el timbre había sustituido sus funciones los habitantes de la casa habían respetado su presencia en la puerta.

Su memoria volvió hacia atrás, a aquellos días en que, con la merienda en la mano (casi siempre pan y chocolate), iba a buscar a Alicia para salir a jugar al cercano parque, y le pareció oír de nuevo la voz de la madre de su amiga : “Alicia, comételo todo y no cojas frío”. Esta última recomendación era sustituida en verano por : “No sudes mucho”, pero la relativa a que se lo comiera todo permanecía inalterable, ya qué, como la madre decía : “Alicia es de muy mal comer”.

No podía recordar nada de su niñez y de su primera juventud que no se relacionara con Alicia, su amistad y compenetración eran tan fuertes que ningún enfado las duraba más allá de un rato. Fueron juntas al colegio y más tarde también al Instituto. Después llegó la adolescencia y los primeros escarceos con los chicos; aquellos inocentes escarceos que ahora vistos en la distancia, tenían toda la ingenuidad de una pintura “naif”. Naturalmente tenían más amigas, pero entre ellas dos siempre había como una complicidad especial, una lealtad distinta.

Ya estaban acabando el Bachillerato cuando apareció Carlos. Había trasladado la matrícula desde otra ciudad y, desde el primer día se dio cuenta que para ella era diferente de los otros chicos. Fue como un deslumbramiento. Le gustó todo de él : su forma de mirar con sus ojos oscuros y serios, su sonrisa y hasta su voz grave y pausada. Alicia se burlaba de ella y la tomaba el pelo por lo que llamaba su “embobamiento”. La atracción fue mutua é iniciaron una relación tan inocente y romántica como solían serlo en aquel tiempo, pero que para ella tenía toda la fuerza del primer amor. Su amistad con Alicia no se vio alterada sino qué, al contrario, se enriqueció con sus ingenuas confidencias amorosas.

Llegó el verano y con él las vacaciones que siempre pasaba fuera, en casa de sus abuelos. Se despidió de Carlos entre lágrimas y deseando que pasara el tiempo para volver a estar juntos. Nunca un verano se le había hecho largo, pero aquel se le antojó interminable. Por fin volvió a la ciudad y fue a buscar a Alicia, puesto que habían quedado en que ella les serviría de enlace. Pero Alicia no estaba en casa, ni ese día ni al siguiente, Ella no entendía nada. Por fin a los tres días al salir de casa, Carlos estaba esperándola. Entre balbuceos y rehuyendo su mirada, le confesó que Alicia y él habían estado saliendo durante el verano y se habían enamorado.


Daba la impresión de sentirse tan avergonzado y tan mal consigo mismo qué, a pesar de la gran desilusión y pena que sentía, casi tuvo lástima por él. El golpe fue fuerte, pero lo que más le dolía era la deslealtad de su amiga, había sido traicionada por alguien en quien confiaba ciegamente desde que podía recordar.

Alicia no se atrevió ni siquiera a pedirle disculpas, y a partir de entonces su relación fue inexistente. El tiempo pasó y ella se trasladó a estudiar y trabajar a otra ciudad. Supo que la historia entre Alicia y Carlos terminó cuando él se fue a trabajar lejos. Más tarde Alicia se casó y quizá por falta de valor, no la invitó a la boda, por lo que ella tampoco la invitó a la suya. Así habían transcurrido más de 20 años.

Suspiró levemente volviendo a la realidad, allí estaba frente a aquella puerta tan familiar y tan lejana a la vez. Había venido a su ciudad para celebrar la Navidad junto a los suyos, y alguien le comentó que la desgracia en forma de accidente de tráfico se había cebado en Alicia, llevándose al mayor de sus dos hijos hacía apenas un mes.

Un impulso invencible la había empujado hasta allí, pero ahora ante aquella puerta sintió el temor de que su visita no fuera oportuna. Por fin se armó de valor y apretó el timbre.

La puerta se abrió y ante sus ojos apareció Alicia, una Alicia con el rostro desencajado por el sufrimiento qué, sin palabras, solo pronunciando su nombre entre sollozos, se abrazó a ella.

Entonces, ante aquel dolor terrible y sin orillas de su amiga, mientras juntaban sus lágrimas sintió como si el tiempo no hubiera pasado y el desencuentro entre ellas nunca hubiera existido.

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