EL HIPOPÓTAMO QUE QUISO SER GACELA

Cuando el sol cegador caía a plomo sobre los ríos y los lagos de África, Pipo, el joven hipopótamo, confortablemente sumergido entre dos aguas, giraba su cabeza para observar lo que le rodeaba, abriendo de vez en cuando de forma aparatosa su gran boca de brillantes colmillos, para darse importancia ante el resto del grupo.

Era un ejemplar de lomo redondeado y brillante, cuyas cortas y sólidas patas sostenían un enorme corpachón de más de tres toneladas de peso. Su vida se deslizaba placidamente rodeado de sus congéneres, alternando el descanso y los baños de barro en las horas de más calor, mientras los pequeños rascones negros, pájaros de bello plumaje y curvado pico posados en su gran lomo, le libraban de los insectos; cuando caía la noche y el calor cedía, junto con el grupo se desplazaba a buscar comida a las praderas y sabanas cercanas. Su enorme estómago era capaz de digerir 150 kg. de alimento diario, entre hierba, hojas y ramas.

Todo había transcurrido felizmente para él, hasta que una tarde, al acercarse al río, su corazón se sobrecogió de espanto: una enorme sombra se le echó encima cuando intentaba entrar en el agua. Retrocedió asustado y la sombra se desvaneció, pero tantas veces volvía a acercarse la terrible sombra cubría el río. No se atrevió a entrar y fue en busca de su madre que sesteaba algo mas allá, le explicó lo que pasaba y ella, después de abrir perezosamente un ojo, en vista de su insistencia y mientras protestaba por lo bajo sobre “la guerra que daban los niños”, accedió a acercarse al punto del río donde, según Pipo, “la sombra” intentaba echársele encima.

Después de inspeccionar el lugar, mamá hipopótamo comprendió cual era el motivo del susto de su hijo: la inclinación del sol había hecho que se viera reflejado en el agua. Cuando se lo explicó, Pipo se quedó muy asombrado y se acercó a mirar aquello con detalle. Lo que vio le dejó horrorizado: ¿era él aquella masa enorme, aquel corpachón sin gracia?,¿tenía él aquella boca gigantesca, aquella cabezota con orejas ridículamente pequeñas?.

Se puso muy triste, y a partir de aquel momento se fijaba con detenimiento en todos los animales que se acercaban a beber al río y todos le parecían hermosos y elegantes si los comparaba con él. Había uno sobre todo que le parecía el compendio de todas las bellezas: la gacela Cyntia, ¡que armonía en su figura!, ¡que gracia en sus movimientos!, ¡con que encantador gesto levantaba la cabeza entre trago y trago de agua para mirar a su alrededor!. Aquellas patas ágiles y finas le parecían maravillosas, y miraba avergonzado las suyas, cortas y rechonchas.

Todos los atardeceres esperaba la llegada de Cyntia para contemplarla con un sentimiento de ardiente admiración y a la vez de atormentada envidia. Lo que él consideraba su fealdad le mortificaba, y le mantenía en un estado de tristeza y apatía que llegó a preocupar a su madre, y ante sus repetidas preguntas tuvo que contarle lo que le pasaba.

Ella, pacientemente, intentó convencerle de que la belleza no tiene porque ajustarse a unos cánones fijos, y que un hipopótamo puede ser tan bonito como una gacela, porque cada uno tiene una estética distinta. Cyntia era sin duda muy hermosa, pero él, Pipo, tenía un cuerpo que se adaptaba perfectamente a sus necesidades. Aquella nariz y aquellas orejas que a él no le gustaban, tenían la maravillosa facultad de cerrarse herméticamente, permitiéndole sumergirse por completo en el agua si le acechaba algún peligro.

Sus patas, aunque cortas, eran duras y resistentes,y le sostenían perfectamente durante aquellas caminatas, a veces hasta de 20 km. para buscar jugosas plantas para comer. Y sobre todo, no debía olvidar que su enorme corpachón y su bocaza que él tanto despreciaba, servían de elemento disuasorio para los depredadores, con lo cual estaba practicamente a salvo de ataques, cosa muy de agradecer ya que la lucha por subsistir era muy dura en la Naturaleza. Por ejemplo: aquel gesto que él admiraba tanto en Cyntia de levantar con gracia la cabeza mientras bebía, no era gratuito, la gacela vigilaba los innumerables peligros que podían acecharla.
A pesar de las explicaciones de su madre, Pipo no dejaba de pensar que hubiera dado cualquier cosa por ser gacela, y seguía esperandcada anochecer para ver a su amiga cuando, acuciada por la sed, visitaba el borde del río.

Una tarde, mientras como siempre admiraba los gráciles movimientos de Cyntia al beber, vio como, de repente, surgía de la espesura una leona que se abalanzó sobre la pequeña gacela, que paralizada por el miedo intentó huir sin conseguirlo Pipo, con su enorme corazón de hipopótamo temblando de espanto, vio horrorizado como era arrastrada por la leona hacia el interior de la espesura.

Su madre, que también había presenciado lo sucedido, acudió a consolarle, explicándole que la vida en la Naturaleza era así de dura, que la muerte de unos significaba la vida para otros, y que la leona necesitaba el cuerpo de la pobre Cyntia para dar de comer a aquellos encantadores cachorros que habían visto días atrás. Aquella dolorosa experiencia debía servirle de lección para no envidiar a ningún otro ser, ya que cada uno tenía que cumplir su propio destino.

Pipo pasó unos días muy abatido por la desaparición de su amiga, pero se reconcilió con su corpachón que le mantenía a salvo de muchas inquietudes, y ya no le importaba verse reflejado en el río, al contrario, cuanto más iba creciendo y mas grande era la sombra que proyectaba, más seguro se sentía, y comprendió que cada uno debe valorarse a si mismo sin envidiar a los demás. Aprendió a aceptarse y a quererse como era, y a partir de entonces fue un hipopótamo feliz.

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