¿CABREMOS TODOS?

Hace ya muchos años, cuando andaba yo por aquella difusa frontera entre la niñez y la adolescencia, existía una especie de rito iniciático que tenía lugar en la Ferias de San Juan y San Pedro celebradas en mi ciudad, Segovia.
Esa especie de “paso del Rubicón”, consistía para las niñas de entonces en abandonar los inocentes caballitos del tiovivo y montar en los coches eléctricos ó “coches de choque”, acompañadas por algún mozalbete de nuestra edad ó algo mayor.
Naturalmente las chicas siempre íbamos de copiloto, pues a nadie, (ni siquiera a nosotras mismas), se le ocurría cuestionar las superiores habilidades naturales de los chicos para éstos menesteres.
Nadie supo nunca la total ausencia de atractivo que para mí tenía aquella actividad, y la sensación de inseguridad y miedo que me producía aquella “ruleta rusa del batacazo”. Pero ¡amigo!, se trataba de demostrar que se era mayor y que se despreciaban por infantiles, aquellos entrañables caballitos de sube y baja (que yo miraba con nostalgia entre sobresalto y sobresalto), y había que aceptar sin discusión que aquello era divertidísimo, aunque yo estaba deseando dar por acabada la “diversión” y visitar el puesto de algodón dulce.
Todo esto viene a cuento porqué, después de tantos años, vuelvo a sentir casi la misma sensación de que “no cabemos todos en la pista”, cuando veo esas ingentes hileras de coches que se amontonan en nuestras carreteras en fechas de vacaciones, puentes etc.
Siempre que la Jefatura de Tráfico habla de los millones de desplazamientos previstos, yo me hago la misma angustiada pregunta : “Dios mío, ¿cabremos todos?

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