MANIFIESTO PARA UNA MUJER
Ella había vivido su infancia y juventud en plena dictadura, en aquellos años en que estudiar una carrera no era lo normal en una mujer; Tampoco en su casa había demasiados posibles, así que los estudios superiores fueron para sus hermanos varones, ¡ellos eran hombres! la dijeron, y ella se conformó, aunque le hubiera gustado estudiar, pero tuvo que acomodarse y aprender esas cosas que en aquel entonces estaban reservadas para las muchachas.
Pasados algunos años formó una familia, y como tantas mujeres dedicó su vida a su marido y a sus hijos, y algo más tarde también a cuidar a sus padres y a los de su marido que ya apenas podían valerse por sí mismos. Era feliz, pero a veces echaba de menos tener más tiempo para ocuparse de sus propias cosas, de sus propias inquietudes
El tiempo fue pasando y, con la democracia, unos aires de mayor libertad refrescaron los antiguos conceptos que habían marcado tan profundamente a toda su generación. Poco a poco fue surgiendo una nueva clase de mujeres con trabajos fuera del hogar, competentes y seguras de sí mismas. Y empezó a hablarse de mujeres que “trabajan”, en contraposición con las que estaban en casa. Naturalmente a nadie se le ocurría considerar como trabajo las tareas que ella realizaba, que había realizado siempre.
Para colmo, algunos pseudo-progres habían comenzado a acuñar un término despectivo que englobaba a todas las mujeres qué, como ella, bien por decisión propia, ú obligadas por las circunstancias, trabajaban en su casa atendiendo a su familia: las llamaban “MARUJAS”, en tono peyorativo, y las consideraban algo así como ciudadanas de segunda clase, al parecer aptas únicamente para manejar la fregona, cocinar, lavar (por supuesto más blanco que su vecina), y emocionarse estúpidamente ante los culebrones que las televisiones programaban casi exclusivamente para ellas.
Ella, que ya no era demasiado joven, ni demasiado esbelta, que no era licenciada en Económicas, ni en Filología Hispánica, y que del inglés solo conocía algún estribillo de los Beatles, (con un acento espantoso por cierto), empezó a sentirse un poco abrumada y con la autoestima bastante mermada ante tanta “super-women”. Tenía la penosa impresión de haber llegado tarde a todo.
Pero como era muy inteligente y de natural optimista no tardó en plantearse un sincero diálogo con ella misma, y hacer recuento de sus innegables cualidades: De su experiencia, de su generosidad, de su entrega a los suyos, de su alegría de vivir.
Ella trabajaba de : Administradora, psicóloga, cuidadora, enfermera, consejera y muchas cosas más. Había conseguido con su esfuerzo que su casa fuera un lugar agradable donde todos se sintieran cómodos. Ejercía de esposa, de madre, de hija paciente con los achaques de los abuelos. ¿Alguien podía atreverse a decir que ella no era una mujer trabajadora?.
Y se dio cuenta de qué, lo que había en su corazón y en su cabeza, la convertían en una verdadera “super-women”, con un currículum por lo menos tan importante como el de cualquier ejecutivo de empresa.
Ella era ELLA, absolutamente irrepetible y valiosa, aunque que ya no cumpliera los 50 años, no vistiera la talla 46 y pasara su tiempo entregada a actividades que no tenían nada que ver con un Consejo de Administración.
Por eso, desde entonces, podéis verla sonreír irónicamente cada vez que algún cretino pronuncia en su presencia, de forma despectiva, el término “MARUJA”.
Pasados algunos años formó una familia, y como tantas mujeres dedicó su vida a su marido y a sus hijos, y algo más tarde también a cuidar a sus padres y a los de su marido que ya apenas podían valerse por sí mismos. Era feliz, pero a veces echaba de menos tener más tiempo para ocuparse de sus propias cosas, de sus propias inquietudes
El tiempo fue pasando y, con la democracia, unos aires de mayor libertad refrescaron los antiguos conceptos que habían marcado tan profundamente a toda su generación. Poco a poco fue surgiendo una nueva clase de mujeres con trabajos fuera del hogar, competentes y seguras de sí mismas. Y empezó a hablarse de mujeres que “trabajan”, en contraposición con las que estaban en casa. Naturalmente a nadie se le ocurría considerar como trabajo las tareas que ella realizaba, que había realizado siempre.
Para colmo, algunos pseudo-progres habían comenzado a acuñar un término despectivo que englobaba a todas las mujeres qué, como ella, bien por decisión propia, ú obligadas por las circunstancias, trabajaban en su casa atendiendo a su familia: las llamaban “MARUJAS”, en tono peyorativo, y las consideraban algo así como ciudadanas de segunda clase, al parecer aptas únicamente para manejar la fregona, cocinar, lavar (por supuesto más blanco que su vecina), y emocionarse estúpidamente ante los culebrones que las televisiones programaban casi exclusivamente para ellas.
Ella, que ya no era demasiado joven, ni demasiado esbelta, que no era licenciada en Económicas, ni en Filología Hispánica, y que del inglés solo conocía algún estribillo de los Beatles, (con un acento espantoso por cierto), empezó a sentirse un poco abrumada y con la autoestima bastante mermada ante tanta “super-women”. Tenía la penosa impresión de haber llegado tarde a todo.
Pero como era muy inteligente y de natural optimista no tardó en plantearse un sincero diálogo con ella misma, y hacer recuento de sus innegables cualidades: De su experiencia, de su generosidad, de su entrega a los suyos, de su alegría de vivir.
Ella trabajaba de : Administradora, psicóloga, cuidadora, enfermera, consejera y muchas cosas más. Había conseguido con su esfuerzo que su casa fuera un lugar agradable donde todos se sintieran cómodos. Ejercía de esposa, de madre, de hija paciente con los achaques de los abuelos. ¿Alguien podía atreverse a decir que ella no era una mujer trabajadora?.
Y se dio cuenta de qué, lo que había en su corazón y en su cabeza, la convertían en una verdadera “super-women”, con un currículum por lo menos tan importante como el de cualquier ejecutivo de empresa.
Ella era ELLA, absolutamente irrepetible y valiosa, aunque que ya no cumpliera los 50 años, no vistiera la talla 46 y pasara su tiempo entregada a actividades que no tenían nada que ver con un Consejo de Administración.
Por eso, desde entonces, podéis verla sonreír irónicamente cada vez que algún cretino pronuncia en su presencia, de forma despectiva, el término “MARUJA”.