EL SECRETO (Historia de una amargura)
Era un tipo que respondía al esquema de lo que se ha dado en llamar “políticamente correcto”. Tenía un buen trabajo, una acusada tendencia izquierdosa, manejaba mucho la palabra “tolerancia”, e incluso en conversaciones un poco más profundas utilizaba, al menos un par de veces, el término “mestizaje” .
Era “razonablemente” joven y “razonablemente” delgado (aunque esto último cada vez le costaba más esfuerzo), y aunque en su horizonte vital ya había aparecido la terrible palabra “triglicéridos”, aún conseguía mantenerlos a raya.
Tenía una guapa mujer y dos preciosos hijos de 6 y 8 años, y la armonía familiar era “razonablemente” buena.
Sin embargo, había en su vida algo soterrado que ensombrecía su felicidad, y que allá dentro de él, a veces, ponía un toque de amargura en su gesto. Nadie conocía aquella parcela oscura y triste de su vida, y no podía evitar temblar al pensar que “aquello” se supiera.
En ocasiones jugando con sus hijos, viendo esa mirada de admiración con que los niños de esa edad miran a sus padres, se estremecía al pensar que alguna vez ellos tendrían que conocer aquel lastre que amargaba su vida. Aún eran muy niños, pero ¡el tiempo pasaba tan deprisa!, y abrazándolos estrechamente procuraba alejar aquel pensamiento.
Algunas veces tardaba en conciliar el sueño, y por su mente pasaban dolorosas imágenes en las que siempre se veía rechazado con horror por todos cuantos amaba al conocer su terrible realidad; eran noches duras, en las que al final conseguía dormirse vencido por el cansancio.
Una mañana, después de una noche en que sus viejos fantasmas le habían atormentado especialmente, se levantó decidido a terminar de una vez por todas con aquella angustia. Había tomado una decisión. Por muy duro que fuera iba a afrontar la realidad, su realidad, y a contarle a todo el mundo su gran secreto : NO SE PERDÍA NI UN SOLO PROGRAMA DE “DONDE ESTAS CORAZÓN”.
Sin embargo, había en su vida algo soterrado que ensombrecía su felicidad, y que allá dentro de él, a veces, ponía un toque de amargura en su gesto. Nadie conocía aquella parcela oscura y triste de su vida, y no podía evitar temblar al pensar que “aquello” se supiera.
En ocasiones jugando con sus hijos, viendo esa mirada de admiración con que los niños de esa edad miran a sus padres, se estremecía al pensar que alguna vez ellos tendrían que conocer aquel lastre que amargaba su vida. Aún eran muy niños, pero ¡el tiempo pasaba tan deprisa!, y abrazándolos estrechamente procuraba alejar aquel pensamiento.
Algunas veces tardaba en conciliar el sueño, y por su mente pasaban dolorosas imágenes en las que siempre se veía rechazado con horror por todos cuantos amaba al conocer su terrible realidad; eran noches duras, en las que al final conseguía dormirse vencido por el cansancio.
Una mañana, después de una noche en que sus viejos fantasmas le habían atormentado especialmente, se levantó decidido a terminar de una vez por todas con aquella angustia. Había tomado una decisión. Por muy duro que fuera iba a afrontar la realidad, su realidad, y a contarle a todo el mundo su gran secreto : NO SE PERDÍA NI UN SOLO PROGRAMA DE “DONDE ESTAS CORAZÓN”.