EL SR. MENDEL Y YO

Rondaba yo los cuarenta y cinco años, cuando una preciosa tarde de otoño llamaron a mi puerta. Al abrir me encontré ante mí un señor de alguna edad, de aspecto elegante y mirada inteligente que se adivinaba tras sus gafas. Quedé muy asombrada, ya que, tanto él como su indumentaria, parecían sacados de un cuadro del siglo XIX. Educadamente, a mi pregunta de que era lo que deseaba, me respondió, con un marcado acento extranjero, que era el Sr. Mendel, y que quería informarme de algunos extremos que podían interesarme.
Mientras él hablaba, yo buscaba desesperadamente en mi memoria de que diantres me sonaba tanto ese nombre, por fin desde algún recoveco de mi cerebro, se abrió paso la información: Mendel era el naturalista austriaco que, a mediados de los años 1800, descubrió las leyes de la herencia genética.
Sin salir de mi asombro ante tan insólita visita, le hice pasar y le invité a sentarse, y ya entonces él me dijo algo que me puso un poco en guardia:

“Muy amable señora, pero creo que es Vd. quien debe sentarse”

- “Bien Sr. Mendel – le respondí -, en ese caso sentémonos los dos”.

- “Mi estimada Sra., no crea que yo voy haciendo visitas a todo el mundo, esto se hace por riguroso sorteo, y atendiendo a casos un poco especiales, como es el suyo”.

-“¿Especiales?, no me asuste Sr .Mendel”.

“No, no se asuste, su caso no es que sea muy grave, pero si es un poco especial, verá, Vd. ya sabe sin duda que los seres vivos heredan características de sus progenitores ¿verdad?, de modo que, puesto que su madre padece artrosis, no la extrañará que antes o después (más bien pronto que tarde), ese padecimiento la visite.

“Bueno, habrá que aceptarlo con paciencia, - dije yo -

“Pero . . . ocurre que en su caso se ha introducido una variante”

“¿Cómo? ¿Una variante? ¿Qué clase de variante?”

“Vera, Vd. no solo tendrá las consecuencias típicas de la artrosis convencional, es decir : dolor en todas las articulaciones, entumecimiento, deformidad progresiva de la columna, limitación de movimientos etc., además su artrosis cursará con una especie de “cristalitos” a partir del tobillo, lo que sin duda añadirá, además de un indudable toque de originalidad, bastante más dolor a sus pies”.

“Bueno Sr .Mendel, eso sin duda me va a amargar un poco la vida, pero habrá que llevarlo con buen ánimo” - dije yo –, intentando a duras penas mantener la sonrisa y esperando que mi extraño huésped diera por finalizada su visita.

“En realidad . . . no he terminado aún, verá Sra. Egido, su madre a la que Vd. se parece mucho genéticamente, (recuerde su propensión a ponerse como una camilla, igual que ella ), también padece glaucoma ¿verdad?”.

“Pues si, en efecto”, contesté un poco tensa, pues su alusión a lo de la “mesa camilla” me había parecido muy poco delicada, por muy científico austriaco que fuera.

“Bien, dijo él, pues dentro de unos años, empezará Vd. a padecer glaucoma, pero . . . también en éste caso hemos querido aportar una variante”

Yo, que empezaba a estar hasta las gónadas de “variantes”, inquirí ya bastante impaciente:

“¿Otra variante? ¿Cuál?”

“Pues mire, normalmente el glaucoma cursa con tensión ocular alta, circunstancia que alerta a los especialistas para tratarlo a tiempo, pero el suyo va a ser un glaucoma original, bastante escaso, que se llama “glaucoma de baja tensión”.

“Y eso ¿A dónde nos lleva?” – dije ya con clara impaciencia en la voz.

“Pues mire, le voy a ser franco, nos lleva a que como no ande Vd. lista, la veo en la ONCE”.
“Pero oiga, Sr. Mendel, todo eso ¿no se puede remediar?”

“Pues no, ya sabe que las leyes de la herencia son inapelables, en eso yo soy inflexible”.

“Bien, pues habrá que aceptarlo, procuraré agarrarme a las cosas positivas que me legará sin duda mi madre en mi madurez, entre ellas espero heredar su magnífico cutis, sin una arruga, y su espléndido pelo”

“Uy señora, - dijo él, con un punto jocoso en la voz - no cuente con ello, para esas cosas, y haciendo un divertido zig-zag, vamos a pasarnos ahora a la otra rama de la familia, es decir, a la de su padre. De modo que tendrá Vd. un cutis bastante discutible, ya sabe, manchas, arrugas, verrugas abundantes, que nada tendrá que ver con el de su madre, y en cuanto al pelo va a heredar, no ya el de su padre, que tuvo hasta su muerte la cabeza decorosamente cubierta de cabello, sino el de su tías paternas, que tenían lo que solemos conocer como “cuatro pelos en guerrilla.

“Pero oiga, eso no puede ser, las hijas de mis tías tienen abundante pelo”.

“Ya, pero es que en su caso hemos recurrido a lo que entre nosotros coloquialmente llamamos “putadita colateral” y hemos “puenteado” a sus primas para reservarle a Vd. ese legado, - dijo con una media risita divertida - . Como sabemos que quería mucho a sus tías, hemos pensado que así las recordaría constantemente. Y en cuanto a la habilidad de su madre con las manos que la convierte en una “manitas”, como sabe ha pasado en su totalidad a su hermano, con lo que Vd, queda más bien en la categoría de “manazas”. – siguió diciendo, con una risa de conejo cada vez más abierta - .

Llegados a ese punto de cabreante zigzagueo genético, y como además su risita me estaba sacando de quicio, perdí absolutamente la compostura, y levantándome, con voz airada, le dije a mi huésped:

“Mire, Sr. Mendel, permítame decirle que a estas alturas de la conversación su visita me está pareciendo absolutamente impertinente, ya está bien de divertirse anunciándome desastres varios en mi propia casa, vuélvase a la Historia, al Museo de Ciencias Naturales, al Cementerio de Hombres Ilustres o de donde demonios venga Vd., pero quítese cuanto antes de mi vista”.

Y dándole un fuerte empujón le saqué a empellones a la calle y cerré la puerta.

¡¡PERO COÑO!!

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