LAS PEQUEÑAS FELICIDADES


Por mucho que procuremos olvidarlo, (consiguiéndolo por fortuna casi siempre), todos los humanos conocemos la gran fragilidad en que nuestra existencia física está sustentada. Sabemos que nuestro azar vital a veces depende de poca cosa : de un tonto accidente de carretera, de una celulita que se nos vuelve loca, ó de que nuestro corazón se canse de funcionar.
Viene éste, un tanto dramático preámbulo, a que en muchas ocasiones me hago la reflexión de qué, sabiendo todos cual son las reglas del juego, tenemos la tendencia a preocuparnos excesivamente de lo que llamamos “porvenir”, (en el que no nos consta que vayamos a estar), descuidando a veces el presente que tenemos entre las manos.
Dios me libre de criticar la razonable planificación de nuestra vida futura. No es eso. Me refiero más bien al disfrute y aprecio de todo cuanto constituye nuestro “ahora”, que a veces vivimos con un toque de provisionalidad, de “dejar pasar”, sin paladear los indudables momentos gratos que la vida cotidiana tiene, sin darlos importancia y sin pararnos a pensar que son irrepetibles y valiosos.
El espléndido poeta Jaime Gil de Biedma, en uno de sus mejores poemas, se refiere de alguna manera a ésta circunstancia, cuando dice : “Que la vida iba en serio, uno lo empieza a comprender más tarde”.
En efecto, la vida va en serio desde el primer minuto, no hay ensayos generales, por eso no hay que dejar pasar, sin apreciarlo, ningún momento grato, por muy cotidianos que nos parezcan los sencillos actos que nos rodean : una grata charla, un tranquilo paseo, un buen libro, una bella música, una caricia de alguien que nos quiere, una mirada de amable complicidad, algo que nos hace reír, un paisaje que nos ensancha el alma. Cientos de mínimas cosas que nos calientan el corazón y que constituyen pequeñas dosis de felicidad que no debemos desaprovechar.
Ser “razonablemente” felices no consiste casi nunca en vivir grandes acontecimientos, ni en vivir en un “estado de gracia” permanente, sino en disfrutar de las pequeñas satisfacciones que tenemos a nuestro alcance.
Fuera hace frío, pero la habitación donde escribo es cálida y agradable, se oye una suave música de fondo. Un rayo de tímido sol invernal entra por la ventana iluminando la fotografía de alguien muy querido para mí y que bajo su dorada luz parece sonreírme de forma especial. Oigo el familiar carraspeo de mi marido en otra habitación de la casa y mi pequeña gatita duerme tranquila a mi lado. Estoy a gusto. Creo que disfruto de un momento de “pequeña felicidad”

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