CARTA A LOS REYES MAGOS

Queridas Majestades: Hace ya muchos años que no escribo una carta dirigida a Vds., es natural, he superado con creces la edad en que, con mi letra desigual y mal alineada de niña, vertía en un papel mis ilusionadas peticiones de juguetes. Ha pasado ya mucho tiempo desde que esperaba, con una sensación mezcla de alegría, nerviosismo y algo de temor (ya saben, por aquello del carbón si consideraban que no había sido suficientemente “buena”), esperaba digo la mañana del 6 de Enero para levantarme corriendo, sin acordarme de abrigarme siquiera, y asistir al gran milagro que era encontrar los regalos encima de la mesa del cuarto de estar.

Tengo que confesar que recuerdo aquellos momentos como algo mágico, irrepetible y fantástico. Aquellos juguetes sencillos, aquel material escolar, (¡ay, aquel “plumier” de lápices de dos pisos!), o alguna prenda de vestir, me hacían sentirme la criatura más feliz del mundo. Estaba tan contenta que ya no recordaba que, en la carta, todos los años deslizaba la petición de alguna de aquellas muñecas que eran el sueño de todas las niñas en aquel tiempo, la Mariquita Pérez, y que nunca llegaba. Siempre Vds. Majestades me dejaban algún mensaje que justificaba su ausencia. Era un mensaje mezcla de departamento de finanzas y de ONG solidaria: No tenían dinero para tantas cosas y había que cubrir las peticiones de otros niños que tenían menos. Pero no importaba, nada importaba aquella mañana donde la excitación y la alegría marcaban la jornada entera.

En todas las casas donde hay niños se vive la ilusión de los Reyes Magos, aunque ahora tienen que competir con ese gordinflón personaje que se nos ha colado en nuestras costumbres navideñas, y que ha conseguido invadir nuestras ciudades y pueblos con su regordeta figura escalando balcones. Pero no teman, a pesar de cualquier clase de “intrusismo”, Vds. siempre serán nuestros preferidos, porque forman parte de nuestra memoria y nuestra cultura como pueblo.

Los tiempos han cambiado y los juguetes también, ahora son más sofisticados, más perfectos, y sobre todo más abundantes, pero ¿saben? creo que aquella ilusión que los niños de entonces sentíamos en aquella mañana del 6 de Enero, no puede ser superada por los pequeños de ahora, más acostumbrados a regalos el resto del año.

Voy a ir terminando ésta carta que les escribo muchos años después, pero no sin antes pedirles un deseo que se me antoja muy necesario en éste mundo actual tan materialista: Que la Navidad no sea solo una justificación para un consumismo desatado, sino que nos sirva a todos para buscar en nuestro interior los valores que deberían representarla: Bondad, solidaridad, tolerancia, deseos de paz y generosidad con los que necesitan de nosotros.

Un cariñoso saludo, Majestades, y buen viaje.

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