LA MAGIA DE SEGOVIA

LA MAGIA DE SEGOVIA

Yo soy de una ciudad poseedora de una belleza mágica.
Su enclave geográfico ya la hace especial : es como si alguien se hubiera complacido en diseñar una preciosa maqueta enmedio de la llanura castellana, rodeándola después de un verde collar de agua y árboles,
convirtiéndola en el estuche perfecto para albergar monumentos en cantidad tal, que casi parece excesiva tanta hermosura para una sola ciudad . . .

Salpicada de iglesias donde el románico se nos ofrece en todo su sugestivo esplendor, son también numerosos los nobles edificios blasonados que nos traen el recuerdo de viejas glorias vividas en otros tiempos y que marcaron la historia de ésta tierra sabia y antigua. Sin embargo éste rico patrimonio queda a veces algo oscurecido para el visitante , por el deslumbrante brillo de tres de sus monumentos : El Acueducto, la Catedral y el Alcázar.


EL ACUEDUCTO

Si hablamos de bellezas mágicas, pocos monumentos podrán competir en misterioso encanto con la gigantesca puente segoviana, cuya construcción atribuye la leyenda nada menos que al demonio ¡y en una sola noche!. El trato que tan diabólico arquitecto estableció con una joven segoviana, para acercarla el agua que tan costoso le resultaba acarrear, le presta un punto de inquietud a la fantástica historia, que se convierte en alivio al saber que por fin Lucifer no pudo cobrarse el precioso y elevado precio del alma de la moza, al asomar el primer rayo del sol antes de terminar la laboriosa obra y por tanto no cumplir su parte del pacto.

Leyendas aparte, ésta hermosísima filigrana de piedra que se eleva, desde hace más de 2000 años, sobre lo que ahora conocemos como plaza del Azoguejo, resulta de una sobrecogedora belleza, y es un impacto visual impresionante para quien lo ve por primera vez.

Esa asombrosa arquitectura de granito, a la vez frágil y fuerte, tiene un encanto de cambiante matiz dependiendo de muchas cosas : según reciba la luz del sol, según se proyecte su enorme sombra sobre el suelo, según sea el color del cielo, ó incluso según sea el motivo que lleva a los segovianos a ampararse bajo sus arcos. Y no es lo mismo verlo cuando sirve de marco al discurrir solemne de las imágenes de Semana Santa, cuando el aire parece detenerse mientras suenan los dramáticos redobles del paso procesional, que cuando cubre amorosamente con su abrazo de piedra la pequeña y querida imagen de nuestra Patrona, la Virgen de la Fuencisla, al recibir honores militares antes de su bajada al Santuario, tras haber resonado entre sus arcos las alegres notas de la dulzaina y el tamboril, cuando los danzantes trenzan con sus pies la jota tradicional para despedir a la Señora.

Cada matiz, cada emoción, cada acontecimiento se refleja en el Acueducto, y sus nobles piedras parecen cambiar su color y hasta su volumen para adaptarse al pulso de la ciudad. . . . .


LA CATEDRAL

Si me pidieran que destacara solo una característica de nuestro primer templo, sería sin duda la alegría. Nuestra Catedral es definitivamente alegre. Sus altas naves, sus esbeltos arcos y su cúpula tiran de nosotros hacia arriba, como una flecha disparada al cielo, como algo proyectado desde la pequeñez del hombre, pero que tiene decidida vocación de altura. Yo he paseado por el interior de otras catedrales bellísimas , quizá más ricas artísticamente, me he admirado con la magnificencia de sus altares, de sus esculturas, de sus retablos, pero tanta belleza estaba siempre teñida de oscuridad, casi de tristeza. En la nuestra no. Os invito a visitarla por la mañana, veréis que el sol dibuja arabescos en las paredes, reflejando los alegres colores de sus vidrieras, convirtiendo la oración en algo jubiloso, como un canto de vida. Y ya en el exterior, ver la Catedral desde la Plaza Mayor, bañada su cúpula por los últimos soles de la tarde, mientras las cigüeñas buscan acomodo en los esbeltos picachos de piedra, es algo realmente hermoso, ó contemplar desde lo que conocemos por “el enlosado” su impresionante torre, que nos hace tan pequeños y a la vez tan grandes en afanes de superación.


EL ALCÁZAR

Y para cerrar ese espléndido trío de monumentos “estrella” que nadie deja de visitar cuando viene a nuestra ciudad, tenemos el Alcázar.

Esa hermosa y delicada fortaleza qué, como un navío que se dispusiera a surcar en imposible singladura los campos de Castilla, nos produce siempre la misma impresión de mágica fantasía, de estar ante algo qué, de tan hermoso parece soñado, y que lleva a todo aquel que lo ve por primera vez, a repetir aquello tan manido de : “parece de cuento de hadas”

Pocas emociones estéticas podrán superar el dejarse invadir por la maravillosa belleza del Alcázar contemplado desde los Altos del Parral mientras cae la tarde, bañado por el sol en el ocaso, cuando la cercana sierra se envuelve en azules y malvas . . . . .quien haya visto mi ciudad desde allí, difícilmente podrá olvidarla.


Pero además Segovia guarda, para quien sepa verlos con los ojos del corazón, rincones que casi siempre pasan desapercibidos para el visitante ocasional. Rincones que nos ofrecen una especie de encanto antiguo y que surgen aquí y allá en una recoleta plazuela, en un viejo callejón solitario, en un caserón empapado de historia, en la Judería, en una fuentecilla donde beben unas palomas, en un arco que separa dos calles, en su maravillosa periferia, en sus barrios, en sus alamedas, en sus viejos conventos, en sus huertas, en las riberas de sus ríos, y en tantos lugares donde esa mágica belleza a que me refería al principio casi se respira en el aire.

Mi ciudad, Segovia, más que una ciudad puede llegar a ser una emoción, un sentimiento, un lugar al que siempre se desea volver.

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