. . . SI YO TE CONTARA

Nadie duda que contar tus problemas a alguien que realmente te aprecia y comprende, es un consuelo y hasta una necesidad. Esto abarca también, naturalmente, a los problemas de salud que son los que más nos inquietan a todos. Pero, hecha ésta salvedad, quiero referirme a un pesadísimo especimen bastante extendido, y que quizá sea más frecuente entre nosotras las mujeres.

Se trata de esos conocidos / conocidas, que al encontrarte en cualquier parte, tras formularte la pregunta (totalmente testimonial) de : “¿Qué tal estáis?”, y antes de darte tiempo siquiera a responder, ya han comenzado la narración exhaustiva de todos sus males, grandes y pequeños, y que suelen ser de toda condición : dolores articulares en sus infinitas variantes, cólicos varios (los de vesícula dan muy buen juego), cefaleas, migrañas, mareos derivados de diferentes causas, malas digestiones, insomnios etc.

A éstas alturas de monólogo (no me atrevo a llamarle conversación), tú ya has decidido evitar cualquier tipo de información de tus propios “alifafes” (en el optimista supuesto de poder meter baza) ya que tus dolencias siempre resultarían pobres en calidad y cantidad, frente a esa verdadera catarata de desajustes orgánicos de que hace gala tu interlocutor, y solo aspiras a una despedida digna, antes de que el capítulo de narración de males se extienda a sus parientes más cercanos.
Lo curioso es que, recordemos, el asunto comenzó con la pregunta-trampa : “¿Qué tal estáis?”, cuya respuesta, por supuesto, al narrador de desastres varios le tiene absolutamente sin cuidado.
Desconfiemos de esa pregunta aparentemente inocente, ya que en el mejor de los casos, aunque te permitan contestar previamente con el socorrido “:Vamos tirando”, corres el gran riesgo de qué inmediatamente, se pronuncie por parte del otro la sugerente y a la vez inquietante frase : “Si yo te contara . . .” , para después, inevitablemente, contártelo.

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