NUESTRAS PEQUEÑAS VANIDADES

La vanidad es, sin duda, uno de los motores que rigen el comportamiento humano. No hay persona, por sencilla que nos parezca, que se vea libre de ese punto de vanidad que nos acompaña a todos.
Cuando se dice que todos tenemos un precio, rechazamos indignados esa idea porque pensamos que ese precio sería el dinero y eso repugna a nuestra dignidad. Pero a las personas se las puede “comprar” de muchas formas. Una de esas formas puede ser halagando su vanidad. Alguien que sepa manejar con habilidad e inteligencia esta debilidad del ser humano, quizá consiga lo que no conseguiría ofertando dinero o poder.
Veamos un ejemplo a pequeña escala y que todos hemos experimentado alguna vez: Un simple comentario elogioso sobre nosotros hecho por alguien y que llega a nosotros a través de terceros, pueda hacer que ese “alguien” inmediatamente nos caiga bien, únicamente porque se ve halagada nuestra vanidad.
En el fondo (y aunque no lo admitamos), todos tendemos a tener tan buena opinión de nosotros mismos, que nos creemos merecedores del reconocimiento de los demás. Por supuesto que este “punto flaco” de nuestra esencia humana es más acusado en unas personas que en otras, pero en mayor o menor medida todos somos proclives a recibir los halagos como cosa merecida, aunque, eso sí, las convenciones sociales nos obligan a rechazar los elogios con una modestia y humildad franciscanas. Incluso es posible que, precisamente aquellos que se niegan con más fuerza a recibir cualquier tipo de alabanza, sean los más vanidosos de todos.
Normalmente esta “gran generosidad” con que observamos nuestros méritos, contrasta con el raquítico rasero con que medimos los de los demás, y aunque esta flaqueza forma parte de nuestra débil naturaleza, ¡que bueno sería que lucháramos contra ella!, aunque me temo que la batalla está perdida de antemano.
Por cierto, yo misma, si analizo los motivos que me impulsan a escribir, seguramente llegaré a la conclusión de que, además de que me guste expresar mis opiniones, lo hago porque el hecho de que alguien lea lo que escribo, halaga mi vanidad.

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