LA CATEDRAL

Nuestra Catedral siempre me parece preciosa desde cualquier ángulo que se la mire. Preciosa resulta desde lo que conocemos como “el enlosado”, donde su esbelta aguja se dispara hacia el cielo haciendo sentirse diminuto a quien la mira. Preciosa desde cualquier punto de la periferia de la ciudad, aupándose airosa sobre el resto de torres o murallas, también preciosa cuando viniendo de Madrid aparece como una isla solitaria en medio de la planicie castellana. Pero mi visión favorita es desde la Plaza Mayor. Es allí donde a mi gusto reviste mayor belleza cuando en las mañanas se recorta nítidamente contra el cielo azul, ese azul purísimo tan frecuente en Castilla, o por la noche, cuando iluminada parece un ascua de luz resaltando sus elaborados pináculos y su preciosa cúpula.
Y que decir de ese hermoso momento del atardecer, en esos anocheceres en que el día se va apagando lenta y perezosamente, y el sol, ya en el ocaso la acaricia, poniendo un nimbo de oro en su cimera. Yo he tenido varias veces la suerte de disfrutarla en esas ocasiones en que las cigüeñas buscan su acomodo en su bella estructura, revolando para posarse en los pináculos, y entonces ya el espectáculo es completo. Cada pico de piedra tiene encima su correspondiente “ocupante”, prestándole un aspecto extraordinario
En esa hora postrera de la tarde, cuando el cielo toma un precioso azul-violeta, la Catedral parece adormecerse, como buscando la calma de la noche. Y mañana otra vez un sol distinto, aunque siempre sea el mismo, la despertará, para seguir ahí, como un familiar y precioso fondo de nuestra Plaza Mayor.

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