EL TALISMAN

En cuanto se levantó aquella mañana supo que acabaría sacando de su rincón la vieja caracola.
El día había empezado con todos los ingredientes que hacían propicia su tristeza: era una mañana lluviosa y gris de principios de invierno, había dormido mal, sus huesos la dolían más que de costumbre y sus hijos llevaban muchos día sin venir a visitarlos. Por eso apenas habló con su marido durante el desayuno, y cuando él se fue a llenar sus mañanas de jubilado con un paseo y alguna pequeña compra doméstica, hizo desganadamente las labores de la casa y se arregló sin ningún interés.
Estaba retrasando deliberadamente el recurrir a su particular talismán, porque pensaba que las cosas mágicas deben reservarse solo para ciertas ocasiones, pero en vista de que aquella especie de nube gris que la envolvía no daba muestras de disiparse por si misma, subió a su pequeño cuarto de costura. Abrió el armario y sacó la caja de madera que contenía la caracola que conservaba desde su niñez, cuando su abuelo se la regaló diciéndole que el mar estaba dentro.
La tomó con cuidado entre sus manos y la acaricio suavemente. Admiró como siempre su bella forma y el delicado tono rosa de su interior, que se iba haciendo más tenue a medida que se adentraba en sus misteriosos recovecos.
La acercó a su oído casi con la lentitud de un ritual, cerró los ojos y el milagro volvió a suceder: al compás de aquel sonido lejano, poco a poco las paredes de la pequeña habitación desaparecieron, dando paso al inmenso espacio de una playa, de aquella playa del Norte donde siempre había veraneado desde su infancia; el rumor del mar la invadió, le pareció sentir en su piel su fresca brisa y olfateó su olor peculiar e inconfundible.
Se vio a si misma joven y alegre, y a su lado a su marido fuerte y sonriente, tal como era aquel verano en que se conocieron. Oyó su voz, su voz profunda y bien modulada, que tanto la gustaba, diciéndola cosas que la hacían reír. Corrieron hacia el mar y nadaron sin esfuerzo entre aquellas olas de agua fresca y limpia.
Después salieron juntos a la orilla, con la gozosa sensación de sentirse vivos y felices, y se tumbaron al sol que bañaba sus cuerpos como una caricia de vida.
Poco a poco la escena se fue difuminando y volvió lentamente a la realidad. Cuando abrió los ojos, una sonrisa de dulce nostalgia entreabría sus labios, sintió aligerado su corazón de la desganada tristeza de antes, e incluso notó que sus pobres huesos parecían dolerle menos.
Miró con agradecimiento a la caracola, volvió a depositarla con amoroso cuidado en su caja y cerró el armario.
Cuando bajaba por la escalera, oyó abrirse la puerta de la calle y escuchó el familiar carraspeo de su marido que volvía de su paseo. Salió a su encuentro sonriendo, y mientras acariciaba su, ya escaso, cabello gris, se abrazó a él con ternura y cerrando los ojos se sintió de nuevo feliz. El talismán que solo ella conocía, había vuelto a funcionar.

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