VOLVER AL PUEBLO

(Premio al mejor relato en el certamen “Nuestro Medio Rural”, promovido por ISMUR)



Había llegado a media tarde después de un largo viaje, y ahora estaba allí, en la vieja casa familiar ya vacía desde hacía tiempo, entre aquellos muros cargados de recuerdos. Después de varios años transcurridos desde su marcha, había sentido la necesidad de volver a visitar aquellos parajes y aquella casa donde había transcurrido su niñez y su primera juventud.

Recorrió despacio las habitaciones, y a pesar del fuerte olor a cerrado, solo abrió levemente las ventanas, porque le pareció que, de ese modo, sus queridos fantasmas no se escaparían con la luz. Acarició con suavidad los muebles, cubiertos de una pátina de polvo, se detuvo ante las fotos familiares que colgaban de las paredes, y que habían tomado un melancólico color sepia.

Al abrir un cajón olvidado, descubrió una vieja petaca de su padre que aún contenía un poco de tabaco ya reseco . . . . una pequeña libreta de notas . . . . un peinecillo de su madre . . . objetos sin ningún valor material, pero que poseían toda la intensidad evocadora de las cosas que parecen olvidadas, pero que recobran de pronto toda su fuerza y nos golpean el corazón suavemente con su carga de nostalgia.

No quiso salir a recorrer el pueblo, ya era casi de noche y eran demasiadas emociones para un solo día, prefirió enfrentarse poco a poco con aquel tropel de recuerdos y vivencias. Se acostó en su habitación, en su cama de siempre, que olía un poco a humedad a pesar de las sábanas limpias, y bajo aquel cuadro de la Virgen que acompañó sus sueños de niña.

Durmió profundamente y despertó temprano, cuando aún el sol no había rebasado la barrera de los árboles del monte; los pájaros, cobardes todavía, solo emitían pequeños trinos, lejos aún de la alegre algarabía con que más tarde recibirían la caricia de los cálidos rayos del sol.

Salió de la casa despacio, como con miedo de romper la magia de encontrarse allí otra vez, en aquel espacio tan querido. Recorrió lentamente las calles, vacías a esa hora, reconociendo cada rincón, y se dirigió hacia el pinar. Al llegar al puente se acodó en él para contemplar el río que se deslizaba alegre, crecido por las lluvias de primavera, bordeando las huertas con su alegre canción de agua, como un viejo amigo que saliera a su encuentro.

El aire olía a hierba verde, a flores de primavera recién abiertas, y sobre todo, a un olor especial que ella percibía más con el corazón que con los sentidos. Alguna vez en el transcurso de aquellos años pasados lejos, había pensado en volver para quedarse, pero temió que después de tanto tiempo, no pudiera adaptarse y aquello le resultara extraño y casi desconocido, pero ahora, envuelta en aquel olor y aquel paisaje tan familiar, fue consciente de cuanto lo había echado de menos y sintió con gran fuerza la sensación de que había “vuelto a casa”.

Había regresado al recibir la carta de su hermana desde Bilbao. Una carta que la había sorprendido y casi enfadado un poco, ¡que ocurrencias tenía Carmen!, la proponía, nada menos, que entre las dos recuperaran las tierras del padre, fallecido hacía pocos años, y que ahora estaban medio abandonadas. Eran unas buenas tierras y unas extensas naves ganaderas que habían dado buenos beneficios, pero . . . ¡a estas alturas!, después de todos los años que ella llevaba haciendo una vida tan diferente en Barcelona y su hermana en Bilbao, quien pensaba en algo así. Además siempre creyó que aquello lo acabarían vendiendo, y si no lo habían hecho ya era, un poco porque les daba pena, y otro poco porque no habían tenido una oferta que les pareciera suficientemente buena. La inesperada propuesta de Carmen le pareció algo disparatado.


Sin embargo, algo había cambiado desde que llegó al pueblo, era como si aquel lugar la hubiera recuperado después de tanto tiempo, casi como si nunca se hubiera ido. - Eres una sentimental – se había recriminado a si misma la noche antes, luchando contra aquella difusa emoción que le parecía un tanto absurda, - esto es el pueblo, ese lugar del que te fuiste porque te pareció que la gran ciudad era un lugar maravilloso lleno de oportunidades.

Pero la sensación persistía y cada vez se hacía más fuerte. Las horas que había pasado en la vieja casa de los padres habían sido todo un festival de emociones, y el paseo por el pueblo aún dormido, por el pinar y la ribera del río, seguían “haciendo estragos” en la coraza de escepticismo con que quería cubrir aquel sentimiento de cálida cercanía.

Recordó que en su carta, su hermana, (que a instancias del padre cursó estudios agrícolas, aunque nunca los había ejercido), que debía haberse documentado a conciencia, la hablaba de créditos, de asociaciones, de diferentes posibilidades de poner aquella explotación de nuevo en marcha, sin recurrir a aquello que su padre siempre había temido al no tener hijos varones: Vender el patrimonio que había pertenecido a su padre y antes a su abuelo. Según decía Carmen, ella sabía que eran muchas las jóvenes mujeres de los pueblos, que, valientemente emprendedoras, habían afrontado actividades en un medio que antes las discriminaba como empresarias. ¿Por qué no podían ellas hacer lo mismo?. Estaba segura de que, aunque con dificultades, saldrían adelante, manejando su propio negocio, y volviendo a sus raíces. Ella no estaba demasiado contenta con su trabajo en Bilbao, y además con la crisis lo veía peligrar.

Aquella propuesta que la había parecido al principio un absoluto disparate, iba enroscándose poco a poco en su ánimo. Ella tenía un trabajo en Barcelona, donde ganaba para ir tirando, aunque como el de su hermana, también ahora estaba un poco en el aire, y si era sincera debía reconocer que tampoco había logrado cumplir el sueño que la llevó unos años antes a la gran ciudad.

Aunque le costaba trabajo admitirlo, empezaba a pensar que, acaso, no era tan descabellada la idea de Carmen. Por supuesto, tendrían que reunirse y hablar despacio, sopesar pros y contras, asesorarse bien, pero quizá . . .

Pensó, con una alegría un tanto pueril, en lo cercanas que estaban ya las fiestas de Mayo, aquellas fiestas que ellas dos vivían tan intensamente cuando eran jovencillas, y volvió a decirse para si misma: “Decididamente, eres una sentimental”, pero con una sonrisa en los labios y un brillo de resolución en los ojos, dio la vuelta en dirección a “su casa”. Tenía mucho que hacer.

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