Mi musa y yo

Estaba yo escribiendo tranquilamente una tarde cuando, de repente, y ante mi sorpresa se me apareció la Musa. Nunca la hubiera reconocido si ella misma no se hubiera presentado.

Hola, soy tu Musa

No puedo creerlo

¿Por qué?

La verdad, te imaginaba de otra forma

¿De otra forma? ¿Cómo?

Pues chica, yo siempre había pensado que una Musa sería como una diosa, esbelta, pálida, casi etérea, y mírate, te sobran kilos por todas partes, tienes unos buenos coloretes y un aspecto más bien tosco, para que nos vamos a engañar.

Pues mira rica, tampoco tú eres Penélope Cruz, y sinceridad por sinceridad, tengo que decirte que de “glamour”, andas más bien cortita. ¿Por qué te crees que me han adjudicado la misión de ser tu Musa?

Pero, como sea yo no tiene nada que ver, tu obligación de Musa es ser algo especial.

Pues no mona, en el Departamento del Olimpo de donde yo vengo, los jefes tienen la norma de adecuar la Musa al creador correspondiente. Por ejemplo, Carmen Posadas tiene como Musa a una amiga mía que la tía tiene una talla 38 y un suave acento sudamericano. Pero ¿Qué esperabas con tu vergonzosa talla 52, tus incipientes canas, y tus andares patosos? Da gracias a que los jefes, considerando tu gran afición a escribir, te han adjudicado una Musa, aunque sea yo.

Bueno, bueno, perdona, tienes razón, he estado bastante “borde” contigo, ya que eres tu quien al parecer inspira mis relatos, mis poemas, mis cuentos y todas las cosas que se me ocurren con la pluma en la mano, será mejor que nuestra relación sea de buena amistad.

Ya que has sido tan amable de venir, ayúdame a dar forma a este nuevo relato que estoy escribiendo, y después, puesto que al parecer ni tu ni yo tenemos línea que conservar, te invito a merendar un delicioso bizcocho que tengo guardado y que, seguro nos alegrará la tarde.

Entradas populares