EL SUEÑO (Un relato fantástico)

Todas las mañanas el mirlo me saludaba cuando abría la puerta. Naturalmente su canto no tenía nada que ver con mi presencia en el porche, pero a mí me gustaba pensar que mi pequeño amigo me conocía.
El ciruelo que le servía de albergue estaba en el jardincillo de la casa de enfrente, ahora vacía, y acogía además del mirlo, una multitud de desvergonzados gorrioncillos que acudían sin miedo alguno, en cuanto yo depositaba en el suelo su diaria ración de migas de pan.
Me gusta madrugar y disfrutar de esa hora mágica, cuando el sol, que aún no ha rebasado la línea de los árboles, pone en el cielo bellísimos y delicados colores, y el fresco aire del amanecer, trae aromas a pino verde desde el cercano monte. Aquella mañana yo había despertado en medio de un extraño sueño, y todavía conservaba esa sensación, un poco vaporosa, que nos produce el choque entre lo soñado y lo real.
La fantástica historia tenía como protagonista a Marcelino, un vecino del pueblo, de natural afable y bondadoso, aunque algo simplón y no demasiado instruido; Marcelino era soltero y vivía con su madre, ya anciana, en una casa cercana a la mía, por lo que le veía con frecuencia.
Mientras me afanaba en las labores de casa, no dejaba de darle vueltas a mi sueño, preguntándome, que misterioso mecanismo de mi mente había podido llevarme a urdir una historia tan extraña, y además a expensas del pobre Marcelino.
Un poco obsesionada, me senté en mi sillón favorito, y mientras descansaba un poco cerré los ojos intentando reconstruir todo lo soñado, que sorprendentemente, acudió a mi memoria como si se tratara del guión de una película que dijera algo así:


“Era ya casi de noche cuando Marcelino se acercó al gallinero. Entre los huevos recién puestos se encontró a una pequeñísima mujer con alas. Absolutamente confuso parpadeó repetidas veces no dando crédito a lo que veía, y se dijo a sí mismo: “Marcelino, ésta vez te has pasado con el orujo”. Pero la mujercita que tenía una esbelta figura, cubierta con una blanca túnica, un largo y rizado cabello rubio y unos ojos azules que parecían encerrar todo el color del cielo del verano, demostró que era real al hablarle :

“¿Es que no piensas decirme nada?, ¿eso es todo lo que te alegras de verme?”

A Marcelino los ojos se le abrieron como platos y casi no podía respirar de lo asombrado que estaba, por fin pudo tartamudear :

¿Quién es usted, y de donde ha venido?

Soy tu Musa, - le respondió la mujercita - ¿no ves mis alas, mis largos cabellos y mi túnica?. Vengo a inspirarte hermosos versos y bellos relatos.

¿ A . . . . a . . . . a mí?, - balbuceó Marcelino - eso es imposible señorita, yo escribo muy mal.

Pero, - dijo ella - ¿cómo es posible?, ¿tú no eres escritor?

No, no, no señorita, yo solo soy un pobre labrador, casi analfabeto.

La mujercita pareció enfadarse y con su pequeño pie desnudo golpeó el suelo con impaciencia:

Este dichoso ordenador nuevo nos va a volver locos a todos, ya se han vuelto a equivocar los del archivo, como cuando el otro día me mandaron a inspirar música a aquel malhumorado sordo . . . . bueno, en fin, ya que he venido desde el Olimpo, no te preocupes, para eso soy una musa, te aseguro que acabarás escribiendo versos.
Vamos a ver, ¿alguna vez te has enamorado?, ¿te gusta contemplar el atardecer?, ¿te olvidas del tiempo mirando el mar ó el discurrir de un río mientras escuchas su eterna canción de agua? ¿te emocionan las tardes de otoño, cuando el sol pone tonos dorados en el monte, en las viñas, en las piedras de los viejos edificios?, ¿sientes dentro de ti como una nueva Creación cada amanecer de primavera, cuando el horizonte se tiñe de colores incopiables y el paisaje se queda quieto, como esperando que Dios ponga en marcha el mundo?.

Marcelino, que escuchaba embobado, apenas musitó:

Señorita, que bonitas cosas dice, si, siento todo eso, pero no sé explicarlo . . .

¡Ajajá!, dijo ella triunfalmente, en ese caso, deja todo en mis manos, soy una Musa de muchísimos recursos, tú pondrás el sentimiento y yo la inspiración, y juntos haremos grandes cosas.

Vamos a empezar a trabajar, tienes que aprender a escuchar los poemas más hermosos que se han escrito, como por ejemplo éstos, presta atención, y cogiendo un grueso libro que Marcelino no había visto antes, empezó a recitar:

Puedo escribir los versos
más tristes ésta noche,
escribir por ejemplo
la noche está estrellada . . .



Al llegar a ese punto de la historia yo me había despertado – en fin , misterios de la mente, pensé – mientras me levantaba del sillón.

A media mañana salí de nuevo al porche a barrer los escasos restos que habían dejado mis amigos los pajarillos después de su desayuno, en esas estaba cuando ví venir, procedente de su casa, al bueno de Marcelino, que al llegar a mi altura, me saludó amablemente como siempre :

¿Qué hay vecina?

Pues ya ves Marcelino, con la tarea diaria, ¿qué tal tu madre?

Pues mi madre bien , pero yo he pasado una noche muy inquieta, y me he levantado con la cabeza como un bombo.

Eso es que te ha sentado mal la cena - comenté –

¡Quiá!, es que he tenido un sueño muy raro : figúrese que yo iba a recoger los huevos del nidal, y me encontré una mujercita muy pequeña, con unas alas muy raras, que se empeñaba en enseñarme a escribir poesías, ¡a quien se le ocurre, a mí, que me cuesta trabajo hasta leer el periódico!, el caso es que decía cosas muy bonitas la condenada, pero me he despertado cuando ya había empezado a leerme versos de un libro gordísimo . . . Lo que no entiendo es como he podido soñar algo así tan raro, ¡qué cosas guardan las cabezas!. ¿verdad vecina?.

Y sin reparar en mi cara de absoluta estupefacción, se alejó despaciosamente, balanceando en su brazo la cesta en la que recogía los huevos de sus gallinas . . . .

Entradas populares