IR A MADRID

La alta tecnología nos ha acercado Madrid hasta extremos que hace unos años eran impensables. La media hora que ahora tardan estos modernísimos trenes en llevarnos desde la estación Guiomar a la de Chamartin, nos hubiera parecido ciencia-ficción a aquellos segovianos de los años 50.
Aún recuerdo aquellos tiempos de mi niñez, en los que viajar a la capital madrileña era toda una expedición de aproximadamente dos horas y media, (lo que hacía casi necesario el bocadillo de tortilla), en aquellos viejos trenes que tenían asientos de madera. Para la niña que era yo entonces aquello si que era toda una aventura, con sus paradas interminables en todas las estaciones y apeaderos.
Nunca olvidaré la expectación con que esperaba que, en alguna de aquellas paradas, subiera “el hombre de la rifa”, aquel hombre, que casi siempre era un mutilado, repartía de entrada unos pequeños caramelos, antes de proceder a la venta de boletos con los que se participaba en la posterior rifa de unos humildísimos regalos, cuya “estrella” indiscutible era un extraño híbrido con cabeza de muñeco y cuerpo de mono, que a mi me fascinaba, pero que para mi desilusión infantil, no nos tocó nunca, (ahora pienso que nunca le tocó a nadie).
Aquellos trenes, ¡por fin! llegaban a la vieja y evocadora estación del Norte, con su carga de viajeros que, después de atravesar la Sierra y dado el tiempo invertido, teníamos la impresión de haber hecho un gran viaje. Nada que ver con esta especie de “breve paréntesis” que separa ahora las dos ciudades.

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