P A N O R Á M I C A


                                      

                       Todos sabemos que Segovia es una ciudad bellísima, cuyo encanto prende en el ánimo de cuantos la visitan y recorren sus calles, sus espléndidos monumentos, sus recoletas plazas, sus callejuelas llenas de historia, sus iglesias magníficas en el exterior y de interiores oscuros y silenciosos, tan propios del románico, y todo aquello, en fin, que conforma su hermosa  geografía.
                        Sin embargo quizá lo más espectacular de Segovia, sea la ciudad misma, es decir, su contemplación desde fuera, desde su preciosa periferia.   Admirar la fantástica panorámica que presenta desde los aledaños del Parral, resulta una visión decididamente impactante.

                        Es algo así como un paisaje soñado, irreal, parece como si cada torre, cada árbol, cada empinada cuesta, cada jardín que se adivina, tuviera la proporción exacta, para que la vista fuera perfecta, como estuviera diseñado intencionadamente para que el conjunto resultara tan hermoso.
                       Si desde aquí tendemos la vista de derecha a izquierda, nos encontramos con el impresionante Alcázar, que recorta su altivo perfil contra un  cielo de azules infinitos. Firmemente anclado en tierras de Castilla, aunque su apariencia de navío parece soñar con singladuras imposibles por lejanos mares.
                       Siguiendo la línea visual, la ciudad se nos muestra aupada graciosamente en su cinturón verde, a  manera de  preciosa maqueta de torres y murallas, bajo el sol de la tarde y tocada por los pinceles que Octubre maneja de forma magistral, utilizando los colores del otoño. Los chopos se incendian en amarillos poniendo toques de deslumbrante luz en los ocres de los castaños.

                     La lejana línea azul de la sierra, sirve como barrera al horizonte, mientras nuestra mirada descansa ahora, algo mas a la izquierda, con el majestuoso conjunto que forma el Monasterio del Parral, cuya campana tañe a menudo, con un sonido alegre y vibrante, llamando a los monjes a sus rezos. De cuando en cuando, marcando las horas, suena rotunda y grave, catedralicia, la campana mayor de nuestro primer templo, mientras las grajillas, vuelan entre lejanos graznidos, haciendo su aéreo recorrido entre las torres de la Catedral y las del Alcázar, y más allá hasta el Santuario de la Fuencisla.
                    



 
Desde aquí la ciudad se nos antoja cercana, casi al alcance de nuestra mano, y  todo ello forma un conjunto tan bello, tan armonioso y tan grato, que los ojos y el espíritu se llenan de la placidez maravillosa y serena de este paisaje inolvidable, que convierte a Segovia, más que en una ciudad, en un sentimiento.

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