¿PRISAS?, LAS JUSTAS

Es Segovia una de esas ciudades que hay que pasear despacio, olvidándonos definitivamente de la prisa. Es ciudad de rincones, de torres doradas por el sol del atardecer, de iglesias románicas de oscuro interior, que cuando tus ojos se acostumbran a la penumbra, te descubren sus pequeñas o grandes maravillas y que te invitan a la meditación y a la serenidad.
A veces en nuestro paseo entre callejuelas llenas de historia, al doblar una esquina, te sorprende el sonido solemne y pausado, catedralicio, de nuestro primer templo, sonido que los segovianos hemos oído desde siempre, marcando los diferentes acontecimientos de la ciudad y de nuestra propia vida, y que se queda vibrando en el purísimo aire de esas frías mañanas segovianas en las que, desde la sierra, nos llega ese soplo helado de las cumbres nevadas que se hace más patente en el abierto balcón de la Canaleja.
Por cierto que, todo lo que en las iglesias románicas es penumbra y recogimiento, se transforma en la Catedral en alegre vocación de altura, allí las altas cúpulas “tiran” del visitante hacia arriba, donde las vidrieras de alegres colores dejan pasar los rayos del sol, dibujando luminosos arabescos en las paredes. Son dos estilos arquitectónicos diferentes que, a mí se me antojan dos formas distintas de traducir la espiritualidad: la más sombría que nos hace pensar en el sentimiento de culpa y nos invita a la meditación, y otra más jubilosa y esperanzada que nos ayuda a seguir hacia adelante con alegría.
El ritmo de nuestra ciudad es pausado, a veces demasiado, según opinan algunos acostumbrados (¡pobres!) a la agitación de las grandes urbes, aquí la vida se desliza despaciosamente, con la tranquila y serena cadencia de las campanas de nuestra Catedral, y el tiempo se paladea con el sosiego necesario para saborear el encanto y la belleza de nuestra ciudad.
¿Prisas?, solo las justas.

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