LA NAVIDAD EN BROMA, ¿O NO TAN EN BROMA?

La Navidad es alegría, música, nieve, bolitas de colores, villancicos, Santa Claus y Reyes Magos, pero también reflexión, mucha reflexión. Las familias reflexionan y no consiguen entender como es posible que el sueldo y la paga extraordinaria se hayan diluido con la misma rapidez con que se esfumaba la ilusión al ver que, un año más, la lotería volvía a tocar en Sort.

Ese acelerado proceso de pérdida de liquidez casi siempre ha sido compensado por una ganancia indeseada: el aumento de peso. Durante muchos meses quedará grabado a fuego en la mente y la cintura de muchos ciudadanos ese maldito mantecado de almendras que fue engullido después de esas portentosas comidas navideñas.

Fue comido sin ni siquiera tener realmente ganas, en las típicas tertulias que se forman después de comer y cuando el atiborramiento prácticamente no te permite hacer otra cosa. Su aspecto inocente, casi angelical, no hacia pensar que su explosiva composición sería la gota que rebasaba el vaso, poniendo en marcha los complicados mecanismos metabólicos que dieron lugar al ensanchamiento generalizado de la zona cercana al abdomen de nuestro desdichado amigo/amiga.

La navidad es un periodo festivo. La alegría parece imperar en las calles de ciudades y pueblos. Sin embargo también subyace un componente de pequeñas hipocresías que añaden un poquito de pimienta a las fiestas.

No hay nada tan divertido como observar la ridícula expresión de felicidad de ese padre de familia que comprueba con resignación, como los Reyes Magos le han vuelto a traer un par de calcetines de rombitos, a pesar de que durante las últimas semanas había dejado entrever a sus Majestades, la necesidad de cambiar de ordenador.

Dentro de este apartado de hipocresías varias, tampoco podemos olvidar esas fraternales felicitaciones al vecino, cuyos hijos nos han estado amenizando las madrugadas con sus recitales de música rapera, o ese amigo que nos ha enviado un christmas, y al que tendremos que responder cambiando la fecha del nuestro, con el fin de que no se de cuenta de que había caído en el más profundo de nuestros olvidos.

La Navidad está repleta de tópicos. Uno de esos típicos-tópicos navideños, es el de la felicidad de la familia unida. Bien, pues ya va siendo hora de contar la verdad sobre estas grandes comidas y cenas familiares: Las circunstancias externas conducen a que, individuos con vínculos familiares, que han demostrado su incapacidad para relacionarse y su mutua antipatía a lo largo de 364 días, se vean obligados a compartir, “ese día” mesa y mantel con la mejor de las sonrisas. El resultado final puede ser nefasto.

En Nochevieja, la situación se complica. Después de las uvas hay que manifestar una animación y felicidad casi infinitas. (Éste año la felicidad puede verse aumentada por la sorprendente presencia de Belén Esteban amenizando las campanadas). Los jóvenes se verán empujados a salir de fiesta, después de comprobar que la única aspiración posible, en caso de quedarse en casa, sería la de ser el responsable de cantar las bolas en el tradicional bingo familiar.

Según avanza la madrugada, y con el inestimable apoyo de los especiales televisivos, y la irremediable actuación de “los de siempre”, se empiezan a ver los primeros cabezazos en los sillones. La resistencia ante el sueño debe ser numantina, hay que ser fuertes y saber sufrir. Al día siguiente habrá que rendir cuentas ante amigos y conocidos sobre hasta que hora se prolongó “la juerga”, aunque la fiesta haya consistido en arrastrarse como reptiles por todos los sillones de la casa. Si es el caso de gente joven, es necesario que la juerga termine bien entrada la mañana siguiente, y que el sujeto en cuestión huela a tabaco y alcohol, además de presentar el aspecto mas desaliñado posible, que, a la vuelta a casa, sea la prueba palpable de que el juergazo ha sido épico.
Estas maravillosas fiestas navideñas terminan con la visita de sus Majestades los Reyes Magos, lo cual constituye otra fuente inagotable de problemas. La primera dificultad consiste en conseguir mantener intactos los empastes después de haber sido agraciado con la sorpresita del roscón. Mas tarde el examen final de abrir los regalos puede ser origen de desilusiones y desencantos. Casi nunca se acierta. Unos porque consideran que han recibido mucho menos de lo que han dado, otros porque se quejan de la escasa sensibilidad de sus Majestades, y en otros casos porque, al recibir la tercera “pasmina”, empiezas a barajar la idea de montar un puesto de venta ambulante de este tipo de artículos.

¿DE VERDAD ALGUIEN PODRIA SOPORTAR UNA NAVIDAD SIN FIN?

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