EL PASO DEL TIEMPO

                  



              

                 Cuando mi padre murió tenía 68 años, es decir que era alguien que ahora consideraríamos relativamente joven. Sin embargo, para mí que entonces andaba por los 35, era mayor porque era mi padre.
                Han pasado los años, y ahora soy yo quien tiene su edad, exactamente 68 años, y desde que los he cumplido, no puedo sustraerme a la idea de este paralelismo. El otro día mirándome en el espejo se me ocurrió pensar en que si, por una misteriosa e imposible circunstancia, mi padre volviera de donde esté, y nos cruzáramos por la calle, tendría más dificultades para reconocerme a mí, que yo a él, puesto que su imagen no ha cambiado en mi corazón ni en mi recuerdo, mientras que yo he sufrido, el inevitable paso del tiempo que en 30 años, más o menos piadosamente, a todos nos marca con su huella.
                 Y esta peregrina idea, de que yo pudiera ser para mi padre una desconocida si nos cruzáramos en la calle, me produce una absurda tristeza a la que, a partir del año que viene, se unirá la desazonante sensación de que se altera el orden natural de las cosas, ya que cuando recuerde a mi padre, estaré recordando a alguien más joven que yo.

Entradas populares