...Y después de las fiestas



Son las fiestas de Coca, momento propicio para la alegría y la grata comunicación entre vecinos del pueblo, visitantes, ó hijos de la Villa que residen lejos y que aprovechan el verano para reencontrarse con su familia y sus raíces. Como en muchos de nuestros pueblos, se celebran en el mes de agosto, en honor a Nuestra Señora y a San Roque.


Las mañanas se alegran con los alegres pasacalles con que nuestra Banda, tan querida en el pueblo, nos ayuda a despejar el sueño producido por la vigilia, más o menos larga, de la velada anterior, y las noches se llenan con la música de las orquestas que en la Plaza Mayor animan las verbenas, una vez finalizados los festejos taurinos.

Con gran afluencia de público, reviste especial belleza el espléndido espectáculo pirotécnico, que todos los años y con el maravilloso fondo de nuestro Castillo, juega con la luz y la sombra en la fortaleza, trasladándonos con la imaginación al mágico reino de Camelot.

Son unos días plenos de animación y bullicio, llenos de color y alegría, que convierten a la Villa en un lugar divertido y de encuentro, pero si yo tuviera que elegir, me quedaría con esa otra Coca que se nos ofrece una vez pasadas las fiestas, cuando el pueblo recupera su pulso normal y la vida se desliza por los tranquilos cauces cotidianos.



Cuando el verano se remansa en los últimos y plácidos días de agosto y los del mes de septiembre, cuando el calor se suaviza, y la luz de la tarde empieza a tener un tono especial, como dorado, que nos anuncia la ya próxima serenidad del otoño, que por estos lares de hermosísima naturaleza, viene acompañado de especiales esplendores.

Una vez disfrutado el atractivo indudable de las fiestas, yo me apresto gustosa a paladear esa Coca serena y apacible, llena de encanto.

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